Manuel Azaña Díaz, Presidente de la II República Española, cuando escribió en sus Diarios: con un discurso me hacen presidente del gobierno, sin duda exageró. Sin embargo, es verdad que con el discurso famoso de España ha dejado de ser católica provocó la dimisión del entonces Presidente del Gobierno D. Niceto Alcalá Zamora, católico y conservador.
Este discurso político pronunciado ante las Cortes Españolas, en su sesión de 13 de Octubre de 1931, a propósito del debate sobre el artículo 26 de la Constitución republicana de 1931, sobre la religión y las relaciones Iglesia-Estado, mantiene aún su vigencia, y actualidad sobre todo, a resultas de que la Iglesia Católica cuando ve amenazados sus privilegios no tiene duda en salir a la calle; porque pensamos, además, que el problema religioso es un problema político no resuelto por la vigente Constitución de 1978. Ello se demuestra por la situación de privilegio institucional de la Iglesia Católica, en detrimento de otras.
Reproducimos, parcialmente, este discurso:
" Señores Diputados:
Se me permitirá que diga unas cuantas palabras acerca de esta cuestión que hoy nos apasiona con el propósito, dentro de la brevedad de que yo sea capaz, de buscar para la conclusiones del debate lo más eficaz y lo más útil. De todas maneras creo que yo no habría podido excusarme de tomar parte en esta discusión aunque no hubiese sido más que para desvanecer un equívoco lamentable que que se desenvuelve en torno de la enmienda formulada por el Sr. Ramos y que algunos de los grupos políticos de las Cortes acogieran....
Yo no puedo admitir, señores diputados, que a esto se le llame problema religioso. El auténtico problema religioso no puede exceder de los límites de la conciencia personal, porque es en la conciencia personal donde se formula y se responde a la pregunta sobre el misterio de nuestro destino. Éste es un problema político, de constitución del Estado, y es ahora, precisamente, cuando este problema pierde hasta las semejas de religión, de religiosidad, porque nuestro Estado, a diferencia del Estado antiguo, que tomaba sobre sí la la curatela de las conciencias y daba medios de impulsar la almas, incluso contra su voluntad, por el camino de su salvación, excluye toda preocupación ultraterrena y todo cuidado de su fidelidad, y quita a la Iglesia aquel famoso brazo secular que tantos y tan grandes servicios le prestó. Se trata, simplemente, de organizar el Estado español con sujeción a las premisas que acabo de establecer.
Para afirmar que España ha dejado de ser católica tenemos las mismas razones, quiero decir de la misma índole, que para afirmar que España era católica en los siglos XVI yXVII. Sería una disputa vana ponernos a examinar ahora qué debe España al catolicismo, que suele ser el tema favorito de los historiadores apologistas; yo creo más bien que es el catolicismo quien debe a España, porque una religión no vive en los textos escritos de los concilios o en los infolios de sus teólogos, sino en el espíritu y en las obras de los pueblos que la abrazan, y el genio español se derramó por los ámbitos morales del catolicismo, como su genio político se derramó por el mundo en las empresas que todos conocemos. (...)
Durante muchos siglos la actividad especulativa del pensamiento europeo se hizo dentro del cristianismo, el cual tomó para sí el pensamiento del mundo antiguo y lo adaptó con más o menos fidelidad y congruencia a la fe cristiana, pero también desde hace siglos el pensamiento y la actividad especulativa de Europa han dejado, por lo menos, de ser católicos; todo el movimiento superior de la civilización se hace en contra suya, y, en España, a pesar de nuestra menguada actividad mental, desde el siglo pasado el catolicismo ha dejado de ser la expresión y el guía del pensamiento español. Que haya en España millones de creyentes, yo no os lo discuto, pero lo que da el ser religioso en un país, de un pueblo y de una sociedad, no es la suma numérica de creencias o de creyentes, sino el esfuerzo creador de su mente, el rumbo que sigue su cultura. (...)
En este asunto, señores diputados, hay un drama muy grande, apasionante, insoluble. Nosotros tenemos, de una parte, la obligación de respetar la libertad de conciencia, naturalmente sin exceptuar la libertad de la conciencia cristiana; pero tenemos también, de otra parte, el deber de poner a salvo la República y el Estado. Estos dos principios chocan, y de ahí el drama que, como todos los verdaderos y grandes dramas, no tienen solución. ¿ Qué haremos, pues ? ¿ Vamos a seguir_ claro que no, es un supuesto absurdo_, vamos a seguir el sistema antiguo, que consistía en suprimir uno de los términos del problema, el de la seguridad e independencia del Estado y dejar la calle abierta a la muchedumbre de órdenes religiosas para que invadan la sociedad española ? No. Pero yo pregunto ¿ Es legítimo, es inteligente, es útil suprimir, por el contrario, por una reacción explicable y natural, el otro término del problema y borrar todas las obligaciones que tenemos con esta libertad de conciencia ? Respondo resueltamente que no. Lo que hay que hacer_ y es una cosa difícil, pero las cosas difíciles son las que nos deben estimular_; lo que hay que hacer es tomar un término superior a los dos principios en contienda, que para nosotros, laicos, servidores del Estado y políticos gobernantes de Estado republicano, no puede ser más que el principio de la salud del Estado."
En momentos como los actuales, cuando la expresión oral de la mayoría de nuestros políticos de primera fila se limita a una retahíla de vacuidades, cuando no a una catarata ramplona de invectivas groseras, recomendamos, sin ningún género de duda, la lectura de los discursos de Azaña, que son modelos de perfección moral, de riqueza léxica y de claridad expositiva, y nos rescata del tedio y de la desesperanza.
Podéis leer este dircurso completo y otros más en el libro DISCURSOS POLITICOS.
Autor. Santos Juliá. Editorial Crítica. 494 páginas.