sábado, 5 de enero de 2008

ROJA, AMARILLA Y MORADA


El que fue uno de los más populares alcaldes que ha tenido la capital de España. escribió, ya estando en el exilio,una obrita explicativa de los antecedentes de la bandera de la república española.

Pedro Rico fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid como representante de Acción Republicana, el partido de Manuel Azaña, en las decisivas elecciones de 12 de Abril de 1931 por el distrito de Buenavista, feudo conservador, por casi 10.000 votos de diferencia frente a su contrincante, el conde de Vallellano, que obtuvo poco más de 6.000. Fue alcalde desde ese momento hasta 1934, cuando las autoridades de partidos de izquierda fueron destituidas tras los sucesos revolucionarios de Asturias y Cataluña. Cuando en 1936 el Frente popular accede al poder, es repuesto en el cargo.

Reproducimos el comienzo de esta obra literaria de Pedro Rico que ha sido editada por el Ateneo Republicano de Galicia.,ARGA ( http://www.ateneorepublicano.com/) , pudiendo adquirirse directamente por el precio de 4 €, más gastos de envío. número de páginas: 43.



Entre los muchos aspectos impresionantes que sociológicamente ofrece aquél gran impulso renovador que fue el 14 de Abril de 1931, ninguno quizás tan merecedor de atención y estudio como la unánime espontaneidad con que surgió por sí misma, del fondo íntimo del alma nacional, la nueva insignia simbolizadora de la patria.

A un tiempo mismo, sin ponerse nadie de acuerdo ni estarlo previamente para ello, la bandera tricolor surgió en diversos puntos de Madrid y, aceptada con entusiasmo por todos, cundió con celeridad asombrosa, inundando la ciudad, en en el espacio de poco más de una hora, de enseñas en las que se unía a los antiguos, el color morado, no menos antiguo ene la conciencia popular, como simbolizador de Castilla.

Posteriormente, pudo comprobarse que el fenómeno se produjo con idéntica, espontánea intensidad y rapidez en la mayor parte de las provincias españolas. Se discutió mucho por aquellos días qué bandera había aparecido primero, disputándose la primacía cronológica con la que los concejales electos habíamos izado en el balcón del Ayuntamiento de Madrid al proclamar desde él la República, la colocada por los funcionarios de Correos y Telégrafos en lo m´s alto del Palacio de telecomunicaciones y las múltiples que aparecieron, no se sabe por obra de quién, o de quiénes, en la Glorieta de Cuatro caminos, en las plazas de Lavapiés y Rastro, en el típico Antón Martín de gloriosa tradición democrática, en la glorieta del puente de Segovia y en el lejano Puente de Vallecas..(...)

Y al ver la rapidez y la unanimidad con que el fenómeno se produce, cabe preguntar, inquiriendo su origen, ¿ es que era dogma, propósito de los partidos republicanos ese cambio de bandera ? Si hubiera sido así, todo tendría la fácil explicación de un propósito político preconcebido y realizado en una hora de triunfo, pero como ni fue así en aquel momento ni tenía raíces semejantes en el pasado histórico de los propios partidos republicanos, esta ausencia de tal designio político, de tal simbolismo partidista, es el que le otorga un supremo valor sociológico, una matización y una profundidad en el alma del pueblo, superior y por encima de las posiciones políticas, y lo que hace de la bandera nacida aquel día de la entraña mismo del pueblo, no el símbolo del régimen nuevo que al propio tiempo se proclamaba, sino el más trascendente, de más valor histórico de realizar la verdadera unidad de la patria, no por vía e autoridad ni de entronques dinásticos, sino en la variedad armónica de todas sus regiones históricas unidas por un vínculo de amor, y cuya expresión mejor se lograba con la reunión de los tres colores que, en el sentir popular, representaban tradicionalmente todas las regiones integradoras de España, creando con ellos una bandera bajo la cual se colocaba la República como régimen que traía la obligación de cumplir, de realizar, una fusión histórica de unidad armónica. No era, pués, la República la que añadía a su bandera su color simbólico, sino España misma, que, desaparecidos los obstáculos que la habían impedido hacerlo, forjaba con los viejos materiales de su historia el emblema de su unidad, y lo imponía a la República como expresión de la la misión que había de cumplir.




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